jueves, 30 de diciembre de 2010

ASÍ NO PODEMOS BRINDAR (I)

En los último 3 años la luz ha subido el 43%

Sé que alguien me va a tachar de fatalista o, peor, de enfermo depresivo, consecuencia de los peleones avinagrados que despachan ahora en muchas tabernas de pueblo, con poca luz y de mala opinión. Pues no. Nada de eso. Mi estado de ánimo es alto y ahora mismo estoy encantado con una copa de la mejor selección de Laveguilla, obsequio de mi amigo Epi, director de La Cepa Alta, de Olivares de Duero. Que se sepa.

La cuestión es que Luís Balín, el protagonista de El Premio, me invitó a la entrega de galardones. Antes de ir a la ceremonia, quedamos en las dependencias de la cadena donde trabaja. Allí, viendo las cabeceras procedentes de las agencias de noticias, se me quitaron las ganas de brindar:

 La anunciada subida de la luz se une a otras anteriores, que en los últimos tres años suman la oscura barbaridad del 43%. ¡Vaya subida!

 La relación entre dirigentes catalanes y el gobierno central se aleja cada vez más del entendimiento deseable. Luego se cabrean porque los gallegos prefieren el Ribeiro.

 El sector inmobiliario, que sigue cayendo, llevará a la ruina a promotores, constructoras y bancos; estos, sin liquidez y convertidos en inmobiliarias, ofrecen panoramas peligrosos.

 La patronal, que dice haber perdido veinte millonazos de euros, quiere que los controladores aéreos paguen los pavos, las malas leches y los petardos de todos los gamberros del mundo. Los políticos, los que mandan y los otros, también tienen su culpa, pero no quieren entrar en el prorrateo del gasto. Así, para bailar con la más guapa, yo también quiero.

Las impresoras despacharon más noticias que tampoco animaban a brindar, pero se instalaron en mí, objeto de mis reflexiones. El próximo jueves las comentaré. Lo prometo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

LE GUSTARÍA SER PERRO

Villancicos lejanos y olor a churros, que no se ve y nadie quiere compartir


Glori ha conseguido que Zacarías viva su vejez con dignidad en una buena residencia, pero él sufre con amargura la falta de los afectos que nunca tuvo. En estos días navideños espera desde el alba las caricias amorosas de un rayo de sol. Cuando surge el milagro se va al parque con andares trabajosos, enredados en una cadena de objetivos solitarios. Allí, al abrigaño de cualquier solana, entre los sauces desnudos, se recrea con la fauna aterida. Siempre le han gustado los animales de compañía, sobre todo los perros. Defiende que cada cual tenga los que quiera y les diga las lindezas más apetecidas, siempre, eso sí, que mascotas y amos no molesten.

Pero a Zacarías le llama a atención que cualquier chucho, en Nochebuena o en verano, da igual, reciba tantas atenciones: hablan con ellos, les ponen trajes surrealistas y los pasean por jardines, por el campo y por lugares postineros de entornos urbanos; les dan de comer exquisiteces, recogen sus excrementos y hasta los limpian con mimo.

A los viejos como él nadie les dice lo rebonitos que son, ni los acarician con tanto calor y no les limpian nada, ni los zapatos siquiera. A Zacarías le cabrea que, mientras los perritos van siempre tan bien acompañados, los ancianos tienen que conformarse con algún villancico lejano y el olor a churros prohibidos que nadie comparte. Echa de menos una palabra amable, generosa, cercana. Pero eso, aunque barato y posible, no llega a los que arrastran los pies y pueden tropezar con los desperdicios olvidados de cualquier animal con dueño distraído.

Zacarías ha confesado que, aunque sólo fuese por Navidad, le gustaría convertirse en perro para ser más amigo de los hombres. Viendo cómo está el mundo —dice— el hombre es poco amigo de sus semejantes, poco amigo de sí mismo.
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sábado, 30 de octubre de 2010

AISLADOS POR LA COMUNICACIÓN

Con cuarto de hora hay suficiente, pero gastamos cincuenta minutos pra decir lo mismo

Ayer me invitó a merendar Ezequiel, aquel mozalbete que llegó a Madrid dispuesto a comerse el mundo; desistió al ver cómo se relamían dos gatos ante un anuncio de sardinas. Y hoy mismo he almorzado con Clemente, otro amigo, que, gracias a beberse la vida, ha llegado a mayor. Sobra decir lo gozosas que son estas reuniones. No tienen nada que ver con la comunicación a distancia, que a veces tanto incomunica, por bien que saludemos la llegada del móvil, de internet y las tarifas planas.

Siendo esos inventos herramientas útiles, los personajes citados no acaban de aceptarlas en todas sus dimensiones. Aseguran que, lejos de facilitar la comunicación, nos apartan del mundo. Creo que tienen razón. Nadie me negará que el móvil, tan ligero, es una carga que nos impide disfrutar del entorno más próximo. Basta ver la cara de nuestras compañías cuando las ignoramos para atender llamadas a golpe del ruido de moda.

Con la informática nos ocurre lo mismo. Mantenemos durante horas relaciones sociales con habitantes del otro lado del mundo, que ni siquiera conocemos. Ufanos, novelamos nuestra vida como nos gustaría que fuese, sin pensar en la pesadilla que nos reserva la realidad, al mostrarnos cómo los más cercanos, sabiéndose abandonados, ya no están.

Y ¿qué decir de las tarifas planas? Aunque se nos presenten como soluciones económicas para nuestras conversaciones más sabrosas, también pueden desterrarnos al silencio. Con cuarto de hora tendríamos suficiente pero, como cuesta igual, gastamos cincuenta minutos para decir lo mismo. Cada vez hablamos más y tenemos menos tiempo para otras cosas; nos agobiamos, y acabamos aborreciendo el teléfono. Así nos aislamos, arriesgando amistades que no deberían acabar. Todo por usar mal los trebejos de la comunicación
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Alejandro2153@hotmail.com
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domingo, 3 de octubre de 2010

NO SE ENTIENDE

Gastamos más en organizar guerras que en garantizar la paz. No se entiende.

De todas las máquinas que sufren y viajan con nosotros, la mente humana es quizá la más compleja y la de más difícil reparación. Siendo el pensar algo inherente al ser humano, no siempre controlamos esa facultad. Vamos, que muchas veces no sabemos quienes somos ni nos entendemos a nosotros mismos. Sin ir más lejos,  Miguel Ángel, después de lo que le pasó con el coche en Una avería, dice que ya no se atreve a analizar su comportamiento ni el de cuantos le rodean.

Hay muchas cosas que nunca entenderemos. Por ejemplo, por qué somos tan individualistas y gastamos más en organizar guerras que en garantizar la paz. Menos mal que algunos países vecinos y amigos ya intercambian programas y trabajan en ello. Antes tuvieron que ver cómo reventaban las torres mejor cimentadas en la democracia más sólida.

No se entiende por qué los grandes grupos financieros y económicos solo piensan en ganar cada vez más. No les importa empobrecer a sus clientes hasta ponerles al borde del hambre. Están oxidando a la masa, a la máquina que produce y reinventa el mundo cada día. Pronto seremos pura chatarra. No sé si se entiende lo que digo, yo no entiendo lo que veo.

Tampoco podemos entender cómo, después de tantas luchas a las que se enfrentaron nuestros antepasados para reunificar territorios y condiciones sociales, los “salvapatrias” de turno, que solo se preocupan de la incubación de sus votos, se reúnen en torno a unos pinchos de bonito del norte, una butifarra y unas botellas de cava para repartirse la gran tarta del postre, según sus caprichos, sin pensar en la desigualdad que van a crear en un estado donde todos pretendemos los mismos derechos. ¿Entendéis algo? Yo tampoco. Bueno, sí: que estamos todos locos y nos han cerrado los manicomios.
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martes, 14 de septiembre de 2010

OTRO BANDO EN MÓSTOLES

Monumento a Andrés Torrejón, alcalde de Móstoles 1808

Esteban Parro, alcalde de Móstoles, ha hecho un llamamiento a todos los Ayuntamientos de España para que exijan al Estado la reforma de la Ley de Financiación Local. Así las gastan en este municipio histórico y emblemático. Cuando algo no va bien, como en 1808, pregón al mundo. Esperemos que esta vez no sea necesario ningún Daoiz para capitanear a los sublevados.

Según Esteban Parro, las arcas municipales de Móstoles y las de muchos Ayuntamientos están tocando fondo. Agradeceremos a los regidores que consigan dinero de donde sea en beneficio de nuestros pueblos; de bien nacidos... Pero que no nos vengan con cuentos. Las prestaciones que nos “venden” las pagamos bajo pena de embargo, cobre quien cobre: Ayuntamientos, Ministerios o Luis Candelas. Nunca nos han hecho rebaja, ahora tampoco. Por eso no se justifica el amago del alcalde pregonero: “severo recorte de los servicios que se prestan a los españoles”. ¡Tararí que te vi!

La Administración y los administradores —nunca los ciudadanos— serán penados por su la mala gestión. Los Ayuntamientos han de analizar los gastos corrientes y los suntuarios. El servidor público que no dosifique el uso del dinero para mejorar su efecto debe responder con todos sus bienes. La Ley ha de ser eficaz. Suponemos lo que han recaudado los Consistorios con el desmadre del negocio inmobiliario. ¿Qué han hecho con tanto dinero? Administrar no es gastar. ¿Lo sabían?

Es inadmisible el descaro con que se nos anuncia el castigo que no merecemos. No pueden privarnos de los servicios que pagamos. Abocados a ello, habrá sublevaciones; ahora también. Así las cosas, es prioritario que los alcaldes expliquen, cuanto antes y con papeles, las andanzas de los fondos municipales, desde el primero hasta el último céntimo.
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jueves, 2 de septiembre de 2010

PROFETAS

Un servidor público, anónimo, que también merece ser profeta. 


Ayer invité a Heriberto y a Pepote a comer en la Sierra de Madrid. Estando tan lejos, creí que no aceptarían, pero sí. Cuando les dije que necesitaba ayuda para apurar unas botellas de Chacolí y brindar por dos amigas, aceptaron sin vacilar.

Ellos se hicieron amigos y yo pasé un día feliz. Pepote se mostró ilusionado con la Vuelta Ciclista a España, y muy contento con los conciertos de Don Áureo Herrero, con los paisajes de El Barraco y, sobre todo, con los barraqueños, que son muy hospitalarios, dijo.

Heriberto, tan capitalino él, no entendía el refrán “Nadie es profeta en su tierra”. Se lo explicamos. Muchas veces damos más importancia a los méritos ajenos que a los de un próximo. Cuando llega a un pueblo cualquier famosillo a pregonar las fiestas o a ponerse en la foto de una inauguración, los lugareños le aplauden, le llenan la andorga y hasta le regalan un jamón de los buenos. Mientras, el paisano ilustre quedará en el olvido.

Por suerte, hay excepciones. A Carlos Sastre, que ganará la Vuelta´2010, ya le esperan en El Barraco con fuegos artificiales y la banda de música; Don Ramiro Pato está celebrando el primer aniversario como Numerario de Honor de la Asociación Cultural Áureo Herrero, y a Iker Casillas le han nombrado hijo predilecto de Navalacruz, cuna de sus padres. Ellos sí que merecen ser profetas en sus pueblos, concluí.

Luego Heriberto, comprendiendo todo, nos hizo ver que el barrendero, que riega con sudor la limpieza imprescindible de nuestras calles, no recibe los parabienes de nadie ni nadie le convida a un vino; y que al enterrador, harto de ver cómo los lloros de otros acaban con sus alegrías, no le saludan ni sus parroquianos. Terminó pidiendo un aplauso para estos profetas anónimos, por sus méritos callados de todos los días.
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jueves, 26 de agosto de 2010

MAS SOBRE LOS FONDOS PÚBLICOS

Jardineros infieles hacen que florezcan negocios que perjudican a los débiles

Cuando apareció la reflexión anterior en este blog, llegaron a mi buzón personal alejandro2153@hotmail.com varios correos identificándose con Juan Cruz y pidiéndome que abundara sobre el tema: El fisco y la administración de lo público. Agradecido por el seguimiento de mis lectores más fieles, intentaré complacerlos a riesgo de errar, pues son mis personajes —la calle— quienes opinan. Yo solo trascribo lo que dicen.

Es evidente que los servidores de la Hacienda Pública, que nos deben respeto y eficacia, no hacen bien su trabajo. Pensando en ello, me viene a la cabeza El jardinero fiel, film de Fernando Meirelles, que muchos recordareis. Igual que en la película, los mandados del Ministerio de Sanidad o de las Consejerías Autonómicas compraron cantidades industriales de vacunas contra la Gripe A, que solo sirvieron para inyectar beneficios al laboratorio de la patente y para jeringarnos a todos.

Muchos equipos deportivos modestos, no hablemos de asociaciones culturales, están a punto de desaparecer por falta de las subvenciones que hasta ahora recibían. “Los fondos públicos ya no dan para tanto”, dicen. Sin embargo los irresponsables del asunto viajan a todo vuelo y mejor plato allí donde hay un campeón español, que no necesita a nadie para ganar. El objetivo del capitoste: salir en la foto.

Esos son sólo dos ejemplos que demuestran lo mal que trabajan nuestros representantes. Hay más. Otra muestra es que sólo acosan con la vara más dura a infelices como Juan Cruz, y no se atreven con los ricos porque si los presionan se llevan sus fortunas a otros paraísos fiscales, y así nos quedaríamos sin un valioso potencial económico. Ese dineral, negro como el carbón, solo calienta los fogones de los acaudalados, pero los cuantiosos impuestos que no pagan ellos los perdemos todos.
 

jueves, 19 de agosto de 2010

LOS FRAUDES DEL FISCO

El contribuyente paga mucho y recibe poco

Juan Cruz, el de OTRA MIRADA, encontró el camino recto gracias a la cieguita que le dio el sobre. En estos dos años se ha culturizado. Ahora es un hombre de bien, integrado y respetable, pero asegura que su vida ha cambiado poco, a pesar de las apariencias. Ayer compartimos un Chacolí. No está a gusto, y no culpa a una ideología ni formación política en concreto, sino a la gestión económica de lo público

—No te pareces en nada al desconocido que detuvo la policía a punto de cometer un atraco. ¿Te acuerdas? —le dije.

—¡Me acuerdo!, pero las cosas no son tan distintas.

—No digas eso.

—Tengo trabajo, sí, pero todos los meses me quitan una pasta. Había oído hablar de los fraudes fiscales, pero no sabía yo que Hacienda defraudara tanto.

—No, hombre, no. Hacienda no, defraudan los contribuyentes.

—Ah, ¿no? Hacienda administra nuestras perras. A mí no me dan cuentas ni me piden parecer. No sé tú, yo pago mucho y recibo poco. Eso me huele a engaño, ¡a fraude!

—No pienses mal. Hay un presupuesto, un control del gasto...

—¡Tapaderas! La cabra se la mama el que la tiene cerca. Cuando baja la hucha suben el IVA, los carburantes, las multas.¡Qué cacería. Me siento perseguido, como siempre: antes porque el que robaba era yo, ahora porque son ellos los que me quieren robar. Solo hay una diferencia: de ratero no tenía horarios ni disciplinas ni estrés. Ahora, ya ves —concluyó.

Algunos clientes de la terraza donde estábamos, conocidos míos, que escucharon la conversación, aplaudieron las opiniones de Juan. También expresaron su disgusto por el poco cuidado que ponen los administradores a la hora de gastar los fondos públicos en esta época de crisis. Es lo que hay.
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jueves, 12 de agosto de 2010

PROHIBIR

"El botellón", una molestia protagonizada por sujetos irreverentes

Heriberto sigue en el balneario de la costa. Ya sabe lo de Milagros y el doctor, pero no sufre por ello. En estos días de calor y celebraciones locales, se pregunta cómo serán las fiestas de Navaluenga, Cebreros o Cenicientos cuando desaparezcan los festejos taurinos. Cosas suyas.

La historia de los pueblos, como su legislación, cambia con el sentir de la sociedad y sus circunstancias. Algunos ácratas creían que estábamos en la era de “prohibido prohibir”, pues no. En Barcelona ya han vetado las corridas de toros. Pasando el tiempo, si la afición se pierde —que nunca sea por oportunismos políticos—, la “fiesta nacional” solo estará en las enciclopedias, como las gestas de los gladiadores romanos.

Puestos a cambiar y prohibir, habrá que pensar también en los humanos. Muchos estamos sometidos a molestias constantes, sin asistir a mataderos ni circos ni cosos taurinos.

Hay sufrimientos evitables. Sin embargo, existen molestias protagonizadas por sujetos irreverentes, consentidos, que invaden sin pudor la libertad de los demás. Por ejemplo: las verbenas y charangas de los pueblos, el botellón, los bares, las terrazas y las discotecas, que espantan el sueño de los vecinos; los perros sueltos por las calles y los excrementos que dejan en los parques y jardines. Además de los citados, hay más hábitos molestos. Algunos ya están prohibidos, pero los responsables no exigen que se cumplan las leyes con el rigor que corresponde.

La muerte de cualquier animal es cruel, aunque pretendamos justificarla con argumentos hipócritas. Las guerras, el hambre y que los chorizos campen en libertad, mientras muchos inocentes se consumen entre rejas, son salvajadas execrables y también se hace muy poco para evitarlas. Por ahí habría que empezar y seguir.
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jueves, 5 de agosto de 2010

RETIROS

"Cuarteto Salamanca". Ciclo Conciertos Aureo Herrero. El Barraco (Ávila)

Pepote se ha retirado a El Barraco. Allí pasará el verano, entre La Cebrera y El Coto, intentando curarse de sus males. A ello contribuirán los conciertos de Don Áureo Herrero. Recobrada la paz y el bienestar, volverá a su trabajo de funcionario, donde le esperará el tren que le toque de la reforma laboral.

El verano es una estación de retiros. Los mejores, los más deseables, son los que llegan en trenes cargados con principios que se abren a la vida, como espigas en su álgida madurez, preñadas de pan, de alimento conciliador. Su estancia será corta, pero festiva y placentera, como este veraneo de Pepote y el de muchos viajeros con billete de ida y vuelta, de esperanza, con deseos de volver a empezar.

También a la estación del verano llegan trenes que cierran muchas biografías. Serán como las espigas segadas antes de granar, o como las olvidadas en los sembrados hasta las lunas de otoño. Unas, por tempranas, y otras, por tardías, acabarán convertidas en mieses vanas, insensibles bajo los pedernales del trillo. Muchos humanos, unos en la mejor flor y otros con el tallo a punto de quebrar, también acabarán agostados en el epílogo del viaje definitivo, sin retorno, sin granos que aportar a la sementera de la vida.

Ningún labrador avezado segará sus cosechas a destiempo. Eso sólo lo hacen los recolectores de poltronas, retirando a trabajadores con mucho fruto en las trojes del saber, que se pierde en los lodos de las prejubilaciones, o legislando que la flor de muchos veteranos, en edad de sol y parque, se marchite en las tormentas del destajo engañoso, impagado.

Estos currantes, instrumentos políticos, después de tanto sembrar, sólo habrán llegado a una estación con paneras vacías y trenes rotos, con destino a ninguna parte.

jueves, 29 de julio de 2010

LOS ROJOS DE LA ROJA (y III)


Ya habíamos terminado el café que nos sirvieron. Salimos del bar. Como era temprano, seguimos charlando calle arriba, por la acera de la sombra. Lo de charlar es un decir. Él hablaba más que yo y, como os anuncié, dijo cosas de provecho.

—Hablando así, con ese vocabulario, no serán ejemplo para nadie. Y que no vengan los politicastros diciendo que ahora, siendo campeones del mundo, nuestra economía va a cambiar. ¡Una leche! Cambiará para los rojos de la roja, para nadie más; a no ser que los seleccionados pongan las primas dinerarias a favor de los que no tienen posibles para llenar todos los días el puchero. Eso si que sería un ejemplo. A lo mejor hasta les perdonábamos su discurso chabacano, hortera, impropio de quienes pueden ser los espejos de muchos jovencitos en edad de poder y no querer.

Estoy de acuerdo. Sería un detalle ver cómo los comedores colectivos, que los hay, se quedan sin parroquia o cómo en sus perolas ríe la abundancia para satisfacer las necesidades de muchos menesterosos, que acuden a esos centros a compartir miserias y escasez.

—Eso no será así —continuó Pepote—, que las cosas buenas no siempre vienen juntas, ¡releches! Lo mejor del título es que los más necesitados han dejado las colas del INEM para olvidarse por unos días de su condición de parados, de las huelgas del metro, de las letras que no pueden pagar, de las listas de espera en los médicos, de la subida del carburante... Algún día, cuando todos celebremos los actos culturales con la misma fuerza que los triunfos futboleros, sí que podremos decir que todo ha cambiado. Mientras tanto, para espantar nuestras penas lo que necesitamos es más fútbol; ¡fútbol, fútbol y fútbol!

Muy bien, Pepote, en eso estoy de acuerdo contigo.
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jueves, 22 de julio de 2010

LOS ROJOS DE LA ROJA (II)


Como os dije el pasado jueves, Pepote siguió con su discurso:

—Te decía que los capitostes habrán visto que para hacer cosas grandes, serias, hay que actuar con generosidad. Para eso no es necesario renunciar a culturas, costumbres ni señas de identidad, ¡releches! Ellos han visto, y así lo han dicho con todo orgullo, que esta Selección será un ejemplo para la juventud actual y generaciones futuras. No voy a negar que los futbolistas son una muestra a seguir. No lo discuto. Los rojos de la roja son piezas perfectas para la sincronización de un equipo, para meter goles, para lastimar tobillos sin que se note y para defenderse. Cualquier cosa para traerse la copa a casa. Todo eso estará muy bien, ¡releches!, pero...

Interrumpí a Pepote para que respirara y se solazara con el café, ya casi frío. Luego continuó vehemente.

—Eso no es todo, te decía. Los ejemplos, para que aprovechen a la juventud, han de ser completos. La cultura no puede faltar. ¡Nunca! Tú, que gustas de estas cosas, te quedarías sin palabras la otra noche al escuchar los discursos de la celebración. Qué pobreza de ideas, que léxicos tan malsonantes: “cabrones, ostias, puta madre, etc.”. Si es ese el modelo de sociedad que pretendemos, yo me voy otra vez con las ovejas.

Le noté un poco agitado. Intenté quitar importancia a esas maneras, diciéndole que todo era por el cansancio y el calor del momento. Sin embargo que tiene su parte de razón. Este Pepote es un poco cabezota, pero a veces sus pensamientos invitan a la reflexión. He de confesar que después dijo cosas muy interesantes. Por eso, aunque pensaba terminar ya con la trascripción, seguiré con ella. Por la extensión de las notas que tomé, el próximo jueves tendréis la última entrega.
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jueves, 15 de julio de 2010

LOS ROJOS DE LA ROJA (I)

Los españoles unidos somos capaces de  hacer lo más difícil

Esta mañana he tomado café con Pepote. Me ha dicho que está superando el disgusto que le dieron las corderas, de las que no consiguió leche amarilla para hacer el queso de su vida. Como es un hombre de manías, ahora sólo piensa en los goles de la Selección Española. No habla de otra cosa.

—Es lo que hay. Lo que han hecho nuestros futbolistas es la releche, para escribirlo con fuego y oro, pero habrá que ir por partes —ha explicado con gesto alegre, aunque reflexivo también.

Le he asegurado que estoy de acuerdo con él, y que con esto el mundo entero, fundamentalmente nuestros políticos, sabrán que catalanes, vascos, gallegos, andaluces, castellanos..., todos los españoles unidos somos capaces de conseguir lo más difícil.  Pepote ha ido más allá.

—Claro que sí. Los españoles somos cojonudos, pero hay que tener cuidado para que en todo ese mundo que tú dices no vean los desmanes del otro lado del éxito. La “copita” de oro la han ganado unos pocos; premio de ley, no hay que dudarlo. Pero qué dirán de la afición si supieran las escandaleras que ha montado, a cualquier hora del día o de la noche, sin dejar dormir a los pocos que trabajan, llenando los parques de vomitonas etílicas y basuras de botellón consentido. Lo uno lleva a lo otro, ya se sabe. Todo eso ha estado muy bien para animar a La Roja, a los rojos de la roja. ¡Qué manía con eso de La Roja, releches! Luego me dicen a mí con lo del queso amarillo. Qué contentos se habrán puesto los viejos camaradas con esa definición. Yo también, sobre todo al ver cómo la realeza, en un gesto de agua pasada, se vistió de hoz y martillo. ¡Quién lo diría!

Pepote estaba en su salsa. Ha hablado de cultura, de penas, de tristezas... Otro jueves os lo cuento.
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Pásate por esta playa  y por esta

jueves, 8 de julio de 2010

PECADOS PARA UNA BIOGRAFÍA


Sabido es que el verano quiebra la costumbre ácida de muchos meses de trabajo y dedicación. Ruptura celebrada. También en esta época, con los rigores climáticos, se rompe algo en nuestras entelequias. Avería que no deseamos. La sensatez se convierte en sinrazón, y lo que creíamos sólido y bien instalado en nosotros nos abandona sin miramientos. Más pendientes de los abanicos y de lucir el bronceado en los escaparates de las vanidades y más preocupados por lo que sentimos que por lo que hacemos sentir, dejamos que se funda el lacre que sella nuestro envoltorio humano. Sin máscaras, quedarán al descubierto las miserias que con tanto celo guardábamos. ¡Qué fastidio!

Esos serán los pecados que irán vistiendo y alimentando a este sencillo espacio que nace hoy en el obrador de las palabras, asistido por acontecimientos ciertos y por lo que se ve y se oye en el infierno abrasador de la calle. Lo digo así, sin tapujos y con la seguridad que fortalece la ausencia de temor, porque los jóvenes sin historia y sin miedo necesitan de los desvaríos que exigen arrepentimiento.

Los duendes de esta nueva etiqueta (REFLEXIONES), aprovecharán el aguijón de los tábanos y los bochornos estivales para sacar los colores a las caras cotidianas, presentadas en comentarios reales o de ficción. En ello van a colaborar, sin red, los personajes que pasen por aquí: unos, de mentira, esos que juran que siempre dicen la verdad; otros, literarios, los verdaderos, los eternos, los de toda la vida. Ellos serán capaces de ver y sentir, de emocionarse y comunicar, de plantear y servir inquietudes cuando el sol aprieta y hace que camisetas y pareos dejen al aire las vergüenzas callejeras en la sofoquina de las tardes y las noches.

viernes, 21 de mayo de 2010

EL TRASPLANTE


Milagros..........................................................Dr. Belmonte

Cuando diagnosticaron a Milagros su enfermedad, llevaba ya mucho tiempo sufriendo las puñaladas de la convivencia. Estaba unida a Heriberto más por el bienestar de las rentas que por amor. A su marido sólo le interesaban los guisos suculentos, su buen porte y el confort casero. Por eso, más que por ella, pasaba los días enteros en el hospital, vigilándole los sueros, el sueño y el oxígeno...   (Leer completo)

sábado, 27 de marzo de 2010

ÉL QUERÍA ESTUDIAR

Ezequiel, El Moliendas, estudió por libre el bachiller en su pueblo. El muchacho salió listo. Lo mismo calculaba, con sólo mirar, los sacos necesarios para portear un muelo de trigo, que citaba de memoria a todos los soberanos de España y los hechos de sus reinados. Quizá por eso perdía el sueño cuando se imaginaba mayor sobre la esteva del arado, careando rebaños o consumiendo su vida al runrún cansino del molino familiar. Se propuso seguir estudiando, aunque para ello tuviera que salir de Villalpáramo.

Los padres, con pesar, accedieron a sus pretensiones. Juntaron trescientas pesetas, compraron el billete para el coche de línea y, casi llorando, despidieron al chico en la plaza. Era octubre. Las uvas ya estaban maduras.

Ezequiel llegó a Madrid con la ropa de los domingos y la eterna maleta de madera color caqui, atada con un cordel de bramante trenzado. Le dejó sin respiración el fuerte olor a humo de los coches y el mal aliento de las alcantarillas. Para bien, algunas señoras olían a perfumes y maquillajes, de esos que despiertan todos los apetitos. En los cines de estreno se anunciaba la película El calor de la noche, y pronto se hablaría del asesinato de Martin Luther King. Aquel Madrid le pareció grande, pero escaso de trato y lleno de apuros. Hasta los gatos miraban con deseo las sardinas pintadas en los escaparates de las pescaderías. En esa espesura tuvo que abrirse camino el recién llegado.

Encontró una pensión en el Puente de Vallecas por tres mil pesetas, todo completo, pero sin ducha caliente ni brasero. No le importó. No estaba acostumbrado a bañarse, y cuando llegara el frío estudiaría como siempre, en la cama o arropado con una manta.

Al día siguiente recabó información en algunas academias. Las clases, los libros y la matrícula le iban a costar otras dos mil pelas. Cinco mil en total; aparte locomociones y más gastos. Era demasiado. Difícil conseguir tanto.

Después de mucho indagar, encontró trabajo en las oficinas de unos almacenes. Ocho horas, cuatro mil pesetas. Ya tenía para vivir, pero no para estudiar. Él quería ser perito mercantil. ¿Cómo ganar lo que faltaba? Intentando sacarse un sobresueldo a deshoras, de guarda o de lo que fuese, preguntó a los serenos y en las tahonas, en construcciones y discotecas, en cines y en casas de juego. ¡Nada! Sus pesquisas no hallaban respuesta. Empezó a sentirse mal. Perdió el apetito, el sueño y hasta la sonrisa.

Los días pasaban como trenes vacíos. El plazo para la reserva de matrícula llegaba a su fin. No olvidaba las recomendaciones que le hizo su madre antes de salir de Villalpáramo.

—Si necesitas algo, lo pides. No pases calamidades, hijo, que de eso ya tenemos aquí. Te vuelves y en paz.

“No. Eso nunca, aunque no caería en deshonra si volviera. Quizá... ¿Quién sabe?”, se dijo una tarde desapacible, harto de buscar. Luego se le saltaron las lágrimas al recordar la olla casera y los mantecados de su tía Basi.

Un compañero de trabajo, viendo cómo aquel muchachote arrastraba los zapatos sin ganas, se interesó por sus males. Ezequiel le puso al corriente de todo. No escondió la tristeza de su mirada, a punto de inundarse.

—Los de los pueblos sois la leche. Venís a comeros el mundo, pero no traéis cuchara. Ganarías una pasta vendiendo cacerolas o cosméticos o Bíblias por las casas, pero si quieres algo rápido, aunque más chungo, vete a Legazpi. Allí puedes ganar cien duros, o más, en dos ratos.

—Y ¿qué hay que hacer? —preguntó Ezequiel, algo incrédulo.

—Descargar camiones, gilí ¿qué va a ser?

Al día siguiente, El Moliendas estaba a las cuatro de la mañana en el mercado de frutas y verduras. Tras muchos regateos, se puso de acuerdo con el señor Crispín, malagueño, con un Pegaso nuevo, lleno a reventar. Nunca había visto tantas uvas blancas: un envase, otro, otro más, muchísimos; sobre un hombro, luego sobre el otro. Perdió la cuenta del pesado trajín entre el ir y venir, del vehículo a la pila, de la pila al vehículo.

A las ocho, según lo pactado, el camión ya estaba vacío, y las quinientas pesetas convenidas, en su poder. Quedaron en verse todos los jueves a la misma hora. Con aquellas perspectivas de continuidad y el dinero en el bolsillo, a Ezequiel ya no le molestaba tanto el humo de los coches; sólo olía a fruta fresca, a verde esperanza. Subiendo por Delicias se besó el puño que apretaba el billete. ¡Bendito billete! Pensó ponerlo en un cuadro de ébano con filigranas barrocas, pero qué va. Él no salió del pueblo para ser coleccionista.

Tan maravillado, no reparó en el dolor de sus brazos, de su espalda. Se dio cuenta en el metro, al sujetarse en la barra del techo. Sintió los mordiscos crueles de las trescientas cajas de moscateles que había descargado. Olvidó enseguida. Miró para arriba y adivinó el cielo a través de los fluorescentes del vagón. Vio que su luna estaba un poco más cerca; y al lado, una estrella, dulce como el arrope, iluminaba sus caminos preferidos.

jueves, 18 de marzo de 2010

TRAGOS DE VIDA

Corrían los años sesenta del pasado siglo XX. Clemente vivía más en el campo que en casa. Próximo a cumplir los setenta, estaba magro, ágil y colorado. Comía chacinas caseras y guisos de patatas y verduras de su huerta. Todo bien regado con vino de pitarra. Por las mañanas salía con su bota grande bien llena, henchida, pero acababa como una pasa y sin forma, por la tarde.

Un día sintió sensación de mareo y pesadez de cabeza. El médico le dijo que dejara el vino y otras bebidas alcohólicas, y que tomara dos o tres litros de agua todos los días. No era muy aficionado Clemente a lo que él llamaba “la mala leche de las tormentas”, que estropeaba tejados y trochas y anegaba las viñas. En fin...

—Habrá que hacer lo que digan los médicos, que pa´eso están —dijo resignado a la esposa, cuando regresó de la consulta, quitándose la chaqueta nueva, que olía a pana desde lejos.

Se familiarizó con las fuentes de los parajes que frecuentaba. Por la mañana bebía en una rodeada de helechos, en una vaguada sombría; su agua, fresca y fina, entraba bien tras la caminata hasta los apriscos. Luego, con los torreznos del almuerzo, se refrescaba en un manantial con sabor a mentas y tomillos. Después de la comida, también de fiambrera, se quitaba la boina y bebía a bruces en la pila de otro venero, en un collado bajo. Antes de beber limpiaba las superficies de tarántulas, salamandras, caracolillos y otros parásitos. Siempre se libraría alguno de esos bichos.

Clemente se puso bien de la cabeza, pero poco después empezó a sentirse mal. Unas veces le dolía el estómago, otras el abdomen y muchos días ambas cosas a la vez. Sin posibilidades en las consultas de los pueblos, el médico diagnosticó gastroenteritis y prescribió dieta blanda: verduras, purés, poco pan, ninguna grasa y, por supuesto, nada de vinos y licores.

Clemente empezó con su régimen, pero cada día estaba peor. Perdió el apetito y mucho peso. Los dolores, cada vez más fuertes, le apartaron del pastoreo y de las viñas, donde laboraba en los ratos libres.

—Es como si algo por dentro me comiera los bandullos —decía el pobre Clemente, pálido, con los ojos inundados, retorciéndose, cuando le apremiaba el dolor.

No hubo otro remedio que hospitalizarle. Los especialistas de digestivo le hicieron todas las pruebas posibles. Dijeron que tenía algo grave, pero no sabían qué. Desestimaron la cirugía porque el mal, localizado en el estómago, cambiaba de forma y lugar a cada instante. Clemente cada vez tenía menos fuerza, estaba más delgado y se le adivinaban los huesos al otro lado de una piel lacia, del color de la pavesa. Gracias a los tratamientos paliativos, disminuyeron los dolores.

En medio de aquella lucha por sobrevivir, llegaron las Navidades. Con la anuencia de sus allegados, los médicos le dieron un alta provisional para que pasara las fiestas en familia. Algunos dijeron que aquello era un paripé para que muriera en su casa. Cuando Clemente se vio en el pueblo, rodeado de familiares y amigos, se animó mucho; tanto que, acompañado, llegó hasta la Plaza Mayor para ver el Belén que habían puesto en los soportales del Ayuntamiento.

La familia pasó la Nochevieja en casa de unos sobrinos, como todos los años. Clemente, sin olvidarse de las pastillas, los parches y las inyecciones, cenó puré de espinacas y pescadilla hervida; para beber, agua embotellada. Nada que ver con el cordero y el cochinillo que devoraron los que estaban buenos, con sus vinos, sus cervezas y todos los caprichos apetecidos. Ante la desolación y el malestar que padecía, decidió irse pronto a descansar. Todos, comprensivos, quisieron acompañarle, pero él, estando en la misma calle, dos números más allá, no aceptó.

Se sintió reconfortado en su caserón, en medio de aquel zaguán-distribuidor, escenario de tantos acontecimientos familiares: las matanzas del cerdo, los bailes de las bodas; las charlas distendidas con los amigos, presididas por la bota, o la botella del orujo, si hacía frío. Sí, recordó aquello, sobre todo la destilación del orujo, saliendo gota a gota del alambique, con aquel olor tan característico a hollejos sudados, a lumbre de pino y encina, a noches en blanco animadas por la ilusión de una vida de regalo y lluvias propicias.

Clemente no lo dudó. Abrió el vasar. Allí estaba su botella de aguardiente, como la dejó días antes. Él no usaba el lenguaje de los médicos, pero los comprendía cuando hablaban. Pensó que en la vida sólo vale lo que se vive, no lo que se deja de vivir. Miró la botella, la cogió con reverencia y la abrió. Olió con fruición su contenido. Pensó que si aquello le hacía tanto daño como decían los médicos, sería el último mal; pero eso estaba por ver. Lo que sí tenía claro era que aquel aguardiente, hecho por él, estaba mucho mejor y le gustaba más que las medicinas, cuyos resultados definitivos tampoco se habían visto. Acarició la botella, se la llevó a los labios y bebió dos tragos, pequeños y con cuidado. Sintió la quemazón de siempre en el gaznate, y le supo más bueno que nunca. Dejó todo como estaba, para que nadie sospechara nada. Pensó que, aunque fuese en secreto, habría otros tientos mientras estuviese en su casa con vida. Animado, se fue a la cama.

No había terminado de quitarse las botas, y el orujo andaría buscando acomodo en las entrañas de Clemente, cuando éste notó que se le movía estómago. Le sobrevino un vómito, luego otro. Se asustó al ver que sangraba de forma abundante por la nariz. Le faltaba la respiración. Llamó a los vecinos; estos hicieron venir a la familia y entre todos acordaron avisar al médico.

Cuando llegó el doctor, Clemente respiraba por la boca, estaba casi asfixiado, seguía sangrando y no hablaba. El médico vio con extrañeza que tenía en la nariz mucha sangre cuajada. Limpió, tiró con cuidado y vio que algo salió y se le enredó en los dedos. Era un ser vivo, con movimientos lentos pero insistentes, como quien huye de un incendio perseguido por las llamas. Clemente empezó a respirar con normalidad. Le dolía la garganta y sentía la nariz irritada, pero estaba tranquilo. El médico identificó al parásito alumbrado como un anélido, que era lo que vulgarmente se conocía como sanguijuela.

A todos les extrañó mucho aquello. El más asombrado fue el médico, que no se explicaba cómo pudo entrar aquel gusano en el cuerpo del paciente, y menos los motivos por los que salió de él. Así se lo hizo saber a todos. Clemente, quedándose dormido, dijo con un hilo de voz: “ya le contaré yo a usté lo dañino que es el agua y los milagros de los aguardientes”. Nadie le oyó. Durmió plácidamente aquella noche, bajo los efectos de los tragos de la vida. Así los llamó él.

Al día siguiente Clemente ya no tenía dolores, sólo algunas molestias que pronto desaparecieron. Todos le trataban como a un personaje de portada. Empezó a comer y a engordar, hasta quedarse como siempre fue. Y, como siempre fue, vivió veinte años más, sin hacer caso a los médicos y regalando aguardiente a sus amigos y seres queridos.
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