domingo, 22 de septiembre de 2013

UN PROBLEMA DE CULTURA

Unos acusan a otros de bailar la yenca y prometen realidades cuando solo tienen ficciones.

Terminó el verano. El despertar de una siesta tan larga no nos ha producido ninguna alegría. Estamos peor que el año pasado, y mira que estábamos mal. Pero como callamos tanto, los politicastros creerán que nos han domesticado, o que nos hemos acostumbrado a interpretar el mal como si fuese algo bueno. Eso no se entiende, como tampoco se entiende que estemos tan mansos. Parece que no nos importa la situación tan cruel e insoportable por la que pasamos. A pesar del silencio, en los últimos años las denuncias de los contribuyentes contra los poderes públicos han crecido un 36%. Es poco, pero suficiente para que los gobernantes tomen nota del descontento creciente de sus administrados. Detalles así surgen porque, aunque ha llovido mucha política en los últimos meses, nadie ve los anunciados frutos de esa economía que sigue en recesión, aunque el Gobierno diga lo contrario. Cada uno percibe las cosas como las sufre, y los sufrimientos no permiten atisbar otra cosa mejor, por más que la oposición acuse a los independentistas de bailar la yenka, mientras músicos y danzantes prometen realidades cuando solo tienen ficciones. Sobran indicadores: el PIB ha bajado casi el triple de lo previsto, el déficit español es el más alto de la UE, la deuda pública crece en España más rápido que en el resto de Europa y la población del país ha perdido  en el último año más de doscientos mil habitantes. Eso según las estadísticas soberanas, de las que tampoco hay que fiarse. ¿Todo esto por qué? Cada cual tendrá su teoría. Lo inmediato es culpar de todo a la crisis, a la corrupción, a Rajoy, a Rubalcaba o a la taquillera del metro. Todo es un problema de saber, de educación. Por eso la culpa es del Ministerio de Cultura, que no hace nada para enseñarnos a quién debemos elegir  y hasta cuándo hay que callar.
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