jueves, 30 de junio de 2011

GESTIONAR

El que no cumpla ¡a la trena!, aunque llore.

El cabreo del pueblo ha espoleado a los políticos. Lo que para ellos no tenía límite está llegando a su fin. El poder de los gobernantes no es inherente a su persona, radica en el electorado. Elegimos a nuestros representantes, y estos deben gestionar todos los bienes del estado: con rectitud y equidad en materia jurídica, y buscando siempre el menor costo y la compensación máxima en cuestiones económicas.

Los representantes públicos se han atribuido más poder del conveniente, y así han promulgado leyes y planificado directrices a su antojo. Han despilfarrado, sin respeto ni justificación, el dinero que les hemos confiado. Todo en detrimento del bienestar social que merecemos. Así no podemos seguir. Para sanear la economía española y recuperar la calidad humana que hemos perdido hay que destituir a todos los cargos políticos, retirarles las prebendas reconocidas y nombrar nuevos gestores, eficaces, que se ganen el sueldo. Algunos serán decentes, pero la cultura adquirida hasta ahora no es buena.

Gobernar un país es más fácil que administrar una familia o una empresa. Padres y empresarios padecen una inestabilidad económica sin precedentes, sin embargo la Hacienda estatal tiene asegurada su fuente de ingresos: el contribuyente. Lo único que ha de hacer es recaudar lo justo (no como hasta ahora) para cubrir todas las necesidades que corresponden a un “Estado de bienestar social”. Sólo eso. Sobrará con ajustar los ingresos a los gastos. Ni un céntimo más ni menos. Eso sí, todo controlado por una auditoria permanente, libre y colegiada, nombrada en las urnas, no por la clase política. A partir de ahí, nuestros apoderados deberán rendir cuentas y cumplir los objetivos encomendados. ¿Drástico? No. Eso es lo que nos exigen a todos en nuestros trabajos.
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jueves, 16 de junio de 2011

TODO SIGUE IGUAL

Cada uno por su sitio y las bicis por su carril

Ya hemos salido de la vía muerta: aparcamiento de proyectos,  refugio de nuestro dolor, tras los golpes que nos da la vida con su código natural, y eco de los rugidos de la tierra furiosa, que nos habla con firmeza, airada, como harta de los daños que le hacemos. Así pensaba Eugenio ayer, cuando caminaba después de beberse los dos vasos de agua prescritos por el médico. Le gusta más el Ribera de su bodega, pero…

         A pesar de las semanas transcurridas, todavía quedan por ahí fotos de los candidatos; lo vio con miradas fugaces, sin perder de vista el suelo para no pisar las “suertes” que van soltado los chuchos en la acera; ellos tienen espacios arenosos, exclusivos,  para que hagan sus necesidades, pero nada; infectan todo y la culpa se la llevan los pepinos. Sin embargo, él no encuentra urinarios públicos donde aliviarse después de tanto beber. “¡Hay que jeringarse!”, se queja Eugenio.

           Sigue su camino y, por fin, evacua en un lugar escondido, detrás de un montón de ladrillos olvidados en una de esas construcciones de nunca acabar, quizá afectada por la sequía financiera de alguna caja de ahorros.  Retoma su marcha por las calles más céntricas de la ciudad. En las esquinas hay  más pordioseros que antes. Se para en un semáforo, justo al lado de un bar que tiene la tele a todo volumen. Oye que el locutor habla de la toma de posesión de los alcaldes, del déficit de los ayuntamientos, de otro caso de corrupción y de las reivindicaciones ciudadanas, que los políticos no saben o no quieren interpretar. No dicen nada de las catástrofes de Lorca y Japón… Se abre el semáforo; cruza. Un ciclista que circula entre los peatones casi atropella a un grupo de transeúntes.

Mucha promesa de cambio, muchos ladridos diferentes, pero después de las elecciones todo sigue igual.