sábado, 30 de octubre de 2010

AISLADOS POR LA COMUNICACIÓN

Con cuarto de hora hay suficiente, pero gastamos cincuenta minutos pra decir lo mismo

Ayer me invitó a merendar Ezequiel, aquel mozalbete que llegó a Madrid dispuesto a comerse el mundo; desistió al ver cómo se relamían dos gatos ante un anuncio de sardinas. Y hoy mismo he almorzado con Clemente, otro amigo, que, gracias a beberse la vida, ha llegado a mayor. Sobra decir lo gozosas que son estas reuniones. No tienen nada que ver con la comunicación a distancia, que a veces tanto incomunica, por bien que saludemos la llegada del móvil, de internet y las tarifas planas.

Siendo esos inventos herramientas útiles, los personajes citados no acaban de aceptarlas en todas sus dimensiones. Aseguran que, lejos de facilitar la comunicación, nos apartan del mundo. Creo que tienen razón. Nadie me negará que el móvil, tan ligero, es una carga que nos impide disfrutar del entorno más próximo. Basta ver la cara de nuestras compañías cuando las ignoramos para atender llamadas a golpe del ruido de moda.

Con la informática nos ocurre lo mismo. Mantenemos durante horas relaciones sociales con habitantes del otro lado del mundo, que ni siquiera conocemos. Ufanos, novelamos nuestra vida como nos gustaría que fuese, sin pensar en la pesadilla que nos reserva la realidad, al mostrarnos cómo los más cercanos, sabiéndose abandonados, ya no están.

Y ¿qué decir de las tarifas planas? Aunque se nos presenten como soluciones económicas para nuestras conversaciones más sabrosas, también pueden desterrarnos al silencio. Con cuarto de hora tendríamos suficiente pero, como cuesta igual, gastamos cincuenta minutos para decir lo mismo. Cada vez hablamos más y tenemos menos tiempo para otras cosas; nos agobiamos, y acabamos aborreciendo el teléfono. Así nos aislamos, arriesgando amistades que no deberían acabar. Todo por usar mal los trebejos de la comunicación
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Alejandro2153@hotmail.com
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domingo, 3 de octubre de 2010

NO SE ENTIENDE

Gastamos más en organizar guerras que en garantizar la paz. No se entiende.

De todas las máquinas que sufren y viajan con nosotros, la mente humana es quizá la más compleja y la de más difícil reparación. Siendo el pensar algo inherente al ser humano, no siempre controlamos esa facultad. Vamos, que muchas veces no sabemos quienes somos ni nos entendemos a nosotros mismos. Sin ir más lejos,  Miguel Ángel, después de lo que le pasó con el coche en Una avería, dice que ya no se atreve a analizar su comportamiento ni el de cuantos le rodean.

Hay muchas cosas que nunca entenderemos. Por ejemplo, por qué somos tan individualistas y gastamos más en organizar guerras que en garantizar la paz. Menos mal que algunos países vecinos y amigos ya intercambian programas y trabajan en ello. Antes tuvieron que ver cómo reventaban las torres mejor cimentadas en la democracia más sólida.

No se entiende por qué los grandes grupos financieros y económicos solo piensan en ganar cada vez más. No les importa empobrecer a sus clientes hasta ponerles al borde del hambre. Están oxidando a la masa, a la máquina que produce y reinventa el mundo cada día. Pronto seremos pura chatarra. No sé si se entiende lo que digo, yo no entiendo lo que veo.

Tampoco podemos entender cómo, después de tantas luchas a las que se enfrentaron nuestros antepasados para reunificar territorios y condiciones sociales, los “salvapatrias” de turno, que solo se preocupan de la incubación de sus votos, se reúnen en torno a unos pinchos de bonito del norte, una butifarra y unas botellas de cava para repartirse la gran tarta del postre, según sus caprichos, sin pensar en la desigualdad que van a crear en un estado donde todos pretendemos los mismos derechos. ¿Entendéis algo? Yo tampoco. Bueno, sí: que estamos todos locos y nos han cerrado los manicomios.
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