jueves, 21 de abril de 2011

TERRAZAS

"Los pobres hosteleros, bien castigados ya, ahora tienen que afrontar nevos gastos"

Parece que cuestiones importantes como las que afectan a los mayores, condenados a la escasez de residencias, cada vez más caras, quedan veladas por otros asuntos, quizá creados para distraer las miradas insidiosas. Los capitostes de turno se equivocan, pues en el pecado llevan su penitencia.

En estos días se está hablando mucho de la instalación de terrazas exteriores en locales de hostelería. Nada nuevo. Es el paisaje que empieza a instalarse en nuestros pueblos y ciudades con la llegada del buen tiempo. Sin embargo este año, los manoseados barros de la Ley Antitabaco han traído pucheros tempranos, abundantes y con guisos para todos los gustos. De momento los medios municipales, los de comunicación y los de asociaciones gremiales solo se han hecho eco de lo que importa a las cajas registradoras de los distintos negocios: medidas de la ocupación, solicitudes, licencias, uniformidad en el diseño, publicidad, ornamentación complementaria y otros detalles que comparan nuestros bares con los de Londres, Paris o los países escandinavos. Y todo, como decía, para obligar a los pobres hosteleros, bien castigados ya, a afrontar nuevos gastos.

Más valdría que los encargados de firmar normas y leyes pensaran más en la contaminación ambiental —acústica— y, sobre todo, en la buena convivencia y armonía de la vecindad. Digo esto porque, la otra tarde, casi calurosa, cuando televisaban un partido, el dueño de un bar periférico se las ingenió para que sus clientes fumadores siguieran el encuentro desde la terraza. El ruido del aparato y las voces de los más entusiastas, al parecer, molestaron a algunos vecinos y se organizó la bronca que nunca debió empezar. Ojalá solo sea un caso aislado, pero que sirva a la hora de legislar.

¿Otra Ley? Si, pero por favor, que sea justa y eficaz.

11 comentarios:

Enrique Gracia Trinidad dijo...

Eres grande, amigo.
Las leyes están para seguirlas... o saltárselas. No tienen por qué obligarnos aunque lo diga el legislador de turno. ¿Quién dijo que la ley es buena por el mero hecho de que alguien la haya dictado? Ni siquiera la democracia justifica las cosas. ¡Ya me salió la vena anarquista! Un abrazo

Nelken Rot dijo...

Nos dirigimos lamentablemente hacia una autocracia dirigida por una élite política irresponsable.

En Hungría queman las casas de los gitanos y les disparan cuando salen, cada día se tragan un poquito más de las clases medias y las libertades se quedan cada vez más raquíticas.

Consiguen que cambiemos el punto de mira. Verdaderamente, el desastre ecológico de Japón es como para que durara más de una semana mediática, pero nos dejan centrarnos en el humo de los fumadores. Señalan a los culpables con el dedo, son los individuos y no los Estados ni los Gobiernos quienes contaminan con humos y gritos eufóricos en la calle.

Querido Alejandro cuando no se valora ni respeta a las minorías, ¿qué sentido tienen las democracias formales?

A mí también se me ve el pelo ácrata.

Os invito a las fiestas autogestionadas del barrio de Malasaña.

El sábado cantaremos de nuevo, los 200 del Coropez y amigos en la plaza San Ildefonso. Y que quede claro que Esperanza Aguirre, aunque vecina, no nos presta ni un enchufe.

La música clásica se alia con los okupas, nosotros no damos patadas, tan sólo autogestionamos la cultura y la libertad de expresión.

un abrazo

Nelken

Mari Carmen Azkona dijo...

¿Sabes que es lo más triste de todo?, Alex. Que necesitemos unas normas para todo. Asumo que, por desgracia, son necesarias porque no sabemos convivir. Y de eso no tiene la culpa ni el gobierno ni las leyes...La culpa es únicamente nuestra, de nuestro egoísmo, de no ponernos en el lugar del otro.

¿Se puede regular esto? Supongo que no...

Besos y un fueeeeerte abrazo.

Alejandro Pérez García dijo...

Querido Enrique:
Creo que las Leyes deben estar al servicio de la mayoría ciudadana y no al revés, como pasa aquí: todos al servicio de las leyes, y las leyes –con su trampa incluida- al servicio de una minoría de listillos que se aprovechan de todos. Tampoco la democracia, como bien dices, justifica las cosas. Esta democracia nuestra no justifica ni las leyes, y todo porque damos carta blanca al legislador para que fabrique leyes que le convertirán en autócratas, como sólo en ellos radicara la soberanía de todo un país.

Te agradezco mucho, amigo Enrique, tu presencia y tu aportación. Recibe un abrazo fuerte.

Alejandro

Alejandro Pérez García dijo...

Querida Nelken:

Como decía respondiendo a Enrique, nuestra democracia carece de bases que favorece a la sociedad en general. Es la clase política quien se aprovecha de nuestras voluntades, en favor exclusivo de ellos mismos. Carecemos de fundamentos suficientes, eficaces, que nos permitan mandar al político que no cumpla a los albergues sin techo de la corrupción. Los pueblos del mundo tenemos que empezar a decir basta, tenemos que abandonar la comodidad encubierta y hacer como los islandeses: marcar un sistema de gestión pública que beneficie a los ciudadanos que viajan en metro, no solo a los de la limusina, que solo reparten sus cuentas de resultados cuando son deficitarias. Eso es lo que hay que hacer. Será la única forma de que las democracias, las de verdad, respeten a las minorías, las que tú nos recuerdas, que ahora carecen de valor porque, por minoría, no llevan tantos votos a lar urnas como desearían los candidatos.

No creo que la vecina de San Ildefonso os preste ni una bombilla. Y enchufes menos, a ver cómo se va a mantener ella y sus secuaces en las poltronas. Esos “okupas” si que dan patadas, y no los otros y los músicos y tantos y tantos artistas que hay en las calles alegrando las vidas de desocupados y menesterosos con bocata de pan duro sin nada dentro.

Gracias, amiga Nelken, por darte un paseíto con tu troupe por estos arrabales del decir y contar.

Besos.

Alex

Alejandro Pérez García dijo...

Querida Mari Carmen:

Efectivamente, es muy triste, como dices, que necesitemos normas para todo. Es así porque nos falta educación suficiente para apreciar en los demás el daño propio. Nos falta sensibilidad para distinguir en nuestro comportamiento lo que molesta y lo que no, lo que agrada y lo que disgusta. Hasta ahí, las leyes no deberían existir: cada cual debe saber cuándo incomoda al vecino con el volumen de la música, por poner un ejemplo muy cotidiano. Bastaría con educar, algo de lo que también nos olvidamos con demasiada frecuencia.

No obstante, al margen de todas esas normas de convivencia, creo, sinceramente, que las normas son necesarias. Eso sí, unas normas justas que satisfagan al bien común. No voy a ponerme pesado sobre teorías que dicen que el conjunto de Leyes constituyen el “Ordenamiento Jurídico” y que éste es “Una realidad humana” y que es “Un elemento regulador de acciones” como lo son las “Acciones cíclicas de la naturaleza”. No es necesario, ¿verdad, Mari Carmen? Todos son tratados aburridos cuyo desarrollo nos aburriría, primero, y no indignaría, después, al ver cómo los beneficiarios de la “trampa legal” son casi siempre los mismos. No. Convivir es mucho más sencillo, creo que basta con la Ley natural de la buena voluntad.

Cuenta con la mía.

Besos, abrazos….

Alex

Emilio Porta dijo...

Alejandro...las terrazas son una bendición. Y los porches. Y los soportales. Todo aquello que está cubierto y descubierto a la vez a mi me fascina. Es como tener, al mismo tiempo, aire y resguardo. Ya se que, una vez más, mi comentario se va por los cerros de Úbeda. Pero es que Úbeda es una ciudad preciosa. No se si la conoces. Hoy veo la vida y a la gente mejor. Debe ser que algun rayo de esperanza ha tropezado con la realidad. O quiero que tropiece. Un fuerte abrazo.

Alejandro Pérez García dijo...

Cierto, querido Emilio, las terrazas, igual que todo aquello que proporcione descanso y solaz, reconstituye al caminante. Si el caminante va a Úbeda, disfrutará de sus tierras defendidas por legiones de olivos, entre las Sierras de Mágina y Cazorla, con una gastronomía deliciosa y una historia secular, tanto, que dicen que fue fundada por un descendiente directo de Noé. Si bajamos de esos Cerros y nos instalamos en cualquier terraza del centro (C/ Juan Montilla, o C/ de las Minas...) podremos contemplar su muralla y construcciones tanto civiles como religiosas de estilo Musulmán, Mudéjar, Renacentista... Veremos que las terrazas, con sombrillas incluidas, con estufas y los humidificadores cuando llegue el verano, será otro atractivo más para los que van y para los que vienen. Estar en una buena terraza, es como estar hospedado donde la vida, toda la vida, tiene presencia sin pagar peaje. No sé por qué las terrazas tienen que ser motivo de problemas y/o discordias. Ganas de incordiar. Úbeda (la conozco) es una ciudad con mucho encanto, atrapa al visitante, y más si, después de restaurarnos en cualquiera de sus terraza, hacemos un recorrido cultural y rememoramos los pasos culturales de Machado, de Juan Pasquau, de Salvador Compán... o recreamos los escenarios de la obra literaria -más reciente- de Muñoz Molina (Plenilunio) o de mi admirado Medardo Fraile, donde nacieron las mimbres de muchos de sus cuentos.

Los Cerros de Úbeda, Emilio... Es tan fácil escaparse y perderse por ellos, más si allende sus horizontes se atisban los verdes que te quiero verde, los verdes de la esperanza. Que sea como dices. Un abrazo.

Alex

Emilio Porta dijo...

Alex..no puedo contigo...!también sabes de Úbeda! Ay, compañero...es que de donde hay, siempre se puede sacar. Sabiduría, querido Alejandro...

Alejandro Pérez García dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alejandro Pérez García dijo...

Emilio, uno sabe demasiado poco, quizá porque el diablo de los años va cerrando puertas a esa sabiduría tan invitada a nuestra sala.

Conocí Úbeda por motivos un poco extraños, pero rodeado de mucho cariño. Tuvimos la ocasión de saborear el lenguaje de las piedras sin aristas, gastadas por los años, y la gracia y la hospitalidad de la buena gente, que no se olvida aunque pase mucho tiempo.

Un abrazo,

Alex