Cuando el tejido económico y social está como está
el cambio es imprescindible.
Nunca antes titulé así una de estas reflexiones, ¡faltaría más!, pero sí
que he transmitido con más frecuencia que eficacia los deseos que todos tenemos
de cambiar. Lo expresamos en cada brindis, siempre con agua; no hay para güisqui.
Todos queremos corregir, para bien, el mal rumbo que llevamos. Los políticos
también dicen que van a hacer cambios
importantes en nuestra democracia, pero no explican cómo. Solo se
disputan el poder desde las antípodas de la ciudadanía. Los que pagamos tenemos
bien claro los cambios urgentes que necesitamos. Para empezar, los políticos
deben aceptar bajo juramento los siguientes DEBERES:
Deshacerse de su ideario partidista, velando por el bien exclusivo de los gobernados; ponerse de
acuerdo para luchar juntos por los objetivos
prometidos y que no cobren hasta haberlos conseguido; el que muestre cualquier
atisbo de prevaricación, de vagancia o, simplemente, mienta debe irse a la
calle; ningún político estará en el cargo más de dos legislaturas, y sus
derechos y privilegios serán idénticos a los de cualquier trabajador cesante; procurar
una justicia libre y bastante, que interprete la ley puntualmente, garantizando
la misma calidad para todos los grupos y estamentos sociales; han de perseguir
con contundencia y en todo momento a los corruptos y sus encubridores, exigiéndoles la restitución
de lo que no les pertenece, inhabilitarles
de por vida para cargo público y encarcelarlos,
haciéndoles sufragar todos los gastos de su alojamiento y manutención… Esto
solo sería el principio.
Los gobernantes que estén dispuestos a cumplir estas obligaciones, además
de otras y las propias de sus cargos, estarán en condiciones de formar un
gobierno de cambio. Los demás no interesan. No sirven.
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