jueves, 23 de febrero de 2012

NO CREARÁ PUESTOS DE TRABAJO

Calculando lo que van a sacar con la venta de la pancarta.

Quienes sufrimos los errores de los distintos poderes preferiríamos que la reforma laboral, desde el aperitivo a los postres, gustara a todos. Imposible. Para eso deberían unirse diferentes colectivos y juntos buscar el bienestar común que hemos perdido. Así debería ser, pero la nueva norma no une a nadie, por muy alto que diga el señor Rajoy que “Es justa, buena, necesaria…” Basta ver las manifestaciones en contra y las discrepancias surgidas en cuanto al número de participantes. Los sindicatos certifican que en Madrid había quinientas mil personas; según fuentes policiales, sólo cincuenta mil.

Los principales afectados de esta reforma son los trabajadores. El 90% de los consultados dicen que no creará puestos de trabajo, es injusta, crea inseguridad y reducirá más el consumo. Sólo el 10%, uno de cada diez, opina lo contrario.

Los pequeños empresarios coinciden en que la nueva práctica les ayudará poco a detener la inexorable caída y nada a incrementar su facturación, que es la que de verdad crea empleo. Seis de cada diez reconocen que, en caso de que les beneficiara, resta derechos al trabajador, que perderá más interés por su trabajo, y eso —afirman— no es bueno para nadie. Contrarios a esto, tres de cada diez creen que la reforma flexibilizará el mercado laboral, fomentará la contratación y nos acercará a otros países europeos.

Bastante lioso todo, ¿no? Ningún banquero ni grandes empresarios ni presidentes de grupos multinacionales han querido expresarme su parecer sobre el asunto. No importa, es fácil intuir su opinión. Los sindicatos aseguran que con esta novedad habrá más paro. De estos no hay que fiarse mucho, por lo menos mientras no aclaren eso de su participación en los consejos de los bancos y qué hacen con la pasta que se llevan. 

jueves, 16 de febrero de 2012

CRISIS FINANCIERA

Antes 250.000€. 80% de hipoteca (200.000€). Ahora 180.000€ . Sin vender.

A María Eugenia Adame.

Decía el otro día que el gobierno debe vigilar a los bancos para que no den más préstamos augurando plusvalías tóxicas y abusivas. Las entidades financieras han fomentado hábitos de consumo insostenibles. Todos sabemos que pignoran ingresos y bienes para, llegado el caso, incautarse de ello con el fin de recuperar los dineros prestados.

Esas prácticas, ejercidas sin tino, han sido las causantes de la crisis. Siempre se ha culpado de ella a la producción desmedida del sector inmobiliario. Sin embargo, el desaguisado empezó con las ficciones especulativas de la banca, a las que nos sumamos todos: gobiernos, constructoras y particulares.

Nunca los bancos concedieron préstamos hipotecarios por encima del 80% del valor de la vivienda, y las cuotas no superaban el 30% de los ingresos mensuales del comprador. Sin embargo, como vieron que las viviendas —garantías reales aceptadas— subían a cada momento, a los banqueros no les importó incrementar esos porcentajes hasta el 100% y 50 ó 60%, respectivamente. Pensaban que con las fabulosas plusvalías, en caso de impago, recuperarían el capital prestado y más. Negocio redondo. También constructoras y compradores se veían ricos a corto plazo con la evolución alcista del mercado.

Pero llegó el crac. Se acabó la demanda que absorbía todos los pisos construidos. El gobierno no hizo nada antes para evitarlo. Los inmuebles bajaron, siguen bajando. Los bancos no recuperan sus billetes, sólo ladrillos que no quiere nadie, y no tienen dinero para dar crédito a las empresas, que se ven obligadas a cerrar, aumentando las listas del paro, como todos sabemos. La mentada avaricia, intoxicada con las plusvalías esperadas que nunca llegaron, acabó con todos los pronósticos. Así no sirven ni reformas ni paños calientes. ¿Está claro?


jueves, 9 de febrero de 2012

ESCLAVOS

Los ciudadanos, esclavos de políticos y banqueros.

Los bancos ya no cumplen una función social como defendían los antiguos textos de instrucción mercantil. Tampoco los políticos son servidores públicos, por mucho que así lo propaguen. Habrá excepciones, pero quedan diluidas por la abundancia de lo condenable. Todos sabemos, a estas horas de la fiesta, que los políticos y los bancos no están al servicio de nadie. Unos y otros se han fusionado para esclavizar a los ciudadanos en beneficio de sus intereses comunes. No hay que hacer muchos esfuerzos para encontrar pruebas de tal sometimiento y tiranía. Muchos usuarios de la banca temen ya por la suerte de los ahorros que invirtieron en “participaciones preferentes”. No van a percibir las rentabilidades prometidas y nadie garantiza  el rescate de su dinero. Los medios de comunicación nacional silencian esta supuesta estafa, y el Banco de España  y los órganos ejecutivos  no hacen nada para aclarar la situación, pero sí que  subvencionan a las entidades responsables con fondos públicos. Otra prueba de que la ciudadanía está a merced de sus explotadores: bancos y políticos, es que los desahuciados que no pueden pagar sus hipotecas pierden las viviendas y, además, siguen debiendo al banco el capital pendiente de amortizar más los intereses devengados. Esto es un atropello por partida doble. Ante tamañas agresiones es imprescindible que se disuelva esa sociedad tácita en la que participan a pachas los poderes públicos y económicos.  Después, que el gobierno, que es quien ostenta el poder soberano conferido en las urnas, gobierne con libertad y firmeza; que cumpla y haga cumplir meticulosamente la nueva reforma financiera y, sobre todo, que vigile a los bancos para que no metan la mano en los bolsillos de los clientes ni concedan préstamos con plusvalías tóxicas y abusivas.
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jueves, 2 de febrero de 2012

DEL BLANCO AL NEGRO

Los bancos te prestan todo si no necesitas nada

Siendo un chico tan afanado y cumplidor, Salvador gozó de la confianza del banco desde que empezó con su negocio de fontanería. Con la crisis, le ha disminuido mucho el trabajo. Algunos días no le llama nadie, y este mes ya no ha podido hacer frente a los gastos. Ha recordado que el banco le dio una tarjeta visa y otra mastercard, con distintas modalidades de pago. No le cobraron nada y le animaron a que las usara todos los días, pagando con ellas desde el primer café de la mañana hasta el último cubata de la noche.

“Con estas tarjetas, una para disponer en efectivo y otra para hacer pagos a crédito, no vas a tener nunca problemas de dinero”, le dijo el director de su oficina bancaria. Salvador nunca las usó. El negocio fue muy bien desde un principio; siempre había un grifo que goteaba, un atasco, una cisterna que no cerraba… Parece mentira, ahora es como si ya funcionara todo.

Aprovechando las anunciadas maravillas de las tarjetas, ha ido al cajero para hacer un reintegro y cubrir algunos gastos urgentes. La máquina le ha devuelto el plástico con desprecio, acompañado de una nota: “pase por su banco”. Eso ha hecho. Le han dicho que después de atender unos talones, la letra del coche y las cuotas del préstamo que le dieron —ofrecido por teléfono—, para pagar la moto y las últimas vacaciones, la cuenta se ha quedado sin fondos, y que el sistema ha cancelado las tarjetas para evitar problemas. “¿Para evitar problemas?”, se ha preguntado Salvador con asombro. Ha prometiendo no entrar más en un banco. Tiene la bolsa del traje que compró a plazos llena de dinero negro. Con eso se irá arreglando. Cuando menos, le servirá para no ejercer de carterista, de momento, y seguir comprando jamón del bueno. Le sabría mal prescindir de él, después de haberse acostumbrado a su buen corte.
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