Los bares están vacíos pero el botellón está en alza.
Antes salía el
mundo de marcha cada viernes: cervecitas, teatro, cena cara y copas. Ahora parece que la peña prefiere sobriedad y
deporte al aire libre. Los bares están vacíos, pero los parques están llenos de
esforzados haciendo footing; van empapados de sudor y, viéndoles tan cansinos,
dan pena. Comidas frugales y nada de alcohol, cualquier cosa por una vida sana.
Eso dicen, pero no. El vicio es el vicio. Muchos bolsillos se están quedando en
los forros, pero los jóvenes siguen bebiendo. En lugar de hacerlo en los sitios
guapos de siempre, ahora se hace en la calle, con bebidas del súper y vasos de
plástico. El botellón es más barato y además se puede fumar. Sí, el hábito de
ese consumo, lejos de desaparecer, está en alza. Unos beben para olvidarse del
paro, otros para cambiar las pesadillas por sueños profundos, o simplemente
para darse una alegría, porque no divierte igual una pinta de gaseosa que un
cuarto de calimocho. Dónde va a parar. Cuestión de necesidad. Otra cosa
atractiva es el horario libre; y lo más detestable, que los vecinos se quejan
cada vez más porque no pueden dormir. Como los reunidos no piden nada al
Gobierno ni protestan como los del 15-M, los funcionarios del orden pasan de
largo y van donde no hay nadie. También se quejan de los botellones los dueños
de algunos locales de copas. No porque les molesten las basuras y los malos
olores, sino porque los fines de semana, que ahora empiezan los jueves, sus
ventas disminuyen un 50%. Y como hay gente para todo, en zonas de más nivel se
está extendiendo la moda del
“afterworks”: tomar copas después de salir de la oficina. Con esto, los
locales especializados pueden facturar
en una sola tarde el 25% de toda la semana. Frecuentarán estos
establecimientos, digo yo, los privilegiados con curro y dinero que puedan pagarse
tragos de buena marca. Cada vez menos.
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