Calculando lo que van a sacar con la venta de la pancarta.
Quienes sufrimos los errores de los distintos poderes preferiríamos que la reforma laboral, desde el aperitivo a los postres, gustara a todos. Imposible. Para eso deberían unirse diferentes colectivos y juntos buscar el bienestar común que hemos perdido. Así debería ser, pero la nueva norma no une a nadie, por muy alto que diga el señor Rajoy que “Es justa, buena, necesaria…” Basta ver las manifestaciones en contra y las discrepancias surgidas en cuanto al número de participantes. Los sindicatos certifican que en Madrid había quinientas mil personas; según fuentes policiales, sólo cincuenta mil.
Los principales afectados de esta reforma son los trabajadores. El 90% de los consultados dicen que no creará puestos de trabajo, es injusta, crea inseguridad y reducirá más el consumo. Sólo el 10%, uno de cada diez, opina lo contrario.
Los pequeños empresarios coinciden en que la nueva práctica les ayudará poco a detener la inexorable caída y nada a incrementar su facturación, que es la que de verdad crea empleo. Seis de cada diez reconocen que, en caso de que les beneficiara, resta derechos al trabajador, que perderá más interés por su trabajo, y eso —afirman— no es bueno para nadie. Contrarios a esto, tres de cada diez creen que la reforma flexibilizará el mercado laboral, fomentará la contratación y nos acercará a otros países europeos.
Bastante lioso todo, ¿no? Ningún banquero ni grandes empresarios ni presidentes de grupos multinacionales han querido expresarme su parecer sobre el asunto. No importa, es fácil intuir su opinión. Los sindicatos aseguran que con esta novedad habrá más paro. De estos no hay que fiarse mucho, por lo menos mientras no aclaren eso de su participación en los consejos de los bancos y qué hacen con la pasta que se llevan.