Su compañero y él son los únicos que cumplen con sus cometidos
Con las últimas tormentas, muchas
carreteras se cubrieron de hielo y nieve. Los coches, para llegar a sus
destinos, necesitaron cadenas en algunos tramos, además del esfuerzo y la pericia de los conductores. Es lo mínimo,
máxime si de esa actitud depende la integridad de los pasajeros. En situaciones
así, a nadie con un mínimo de responsabilidad se le ocurre parar en un área de
servicio para charlar con los colegas de sus cosas y del mal tiempo que hace.
Desde el 20D, España está sufriendo
una virulenta tempestad social, de gestión, muy delicada. Todo está en el aire.
Nada es definitivo, sino provisional y en funciones. En función de los
sacrificios de los timoneles elegidos, llegaremos a buen puerto o naufragaremos
sin remedio. Pero ya se sabe, cuando un político está «en funciones» no está en ningún sitio. Y sabemos también, porque así nos lo han
demostrado, que no están haciendo nada para unir fuerzas y sacar a España del ventisquero en el que
ellos mismos nos han metido.
Invitándonos a ver no sé qué
película, se entretienen en pactos de ficción, con una trama conflictiva sin
desenlace ni coherencia. Después de dos votaciones de investidura solo han
aclarado una cosa: no les importa un suspiro el bien de los votantes ni el
contexto social, con todas sus generalidades, del país al que se deben. Nada.
Eso no les produce ningún escalofrío. Salvo excepciones, solo pretenden salir
del vendaval para sembrar en tierra de todos sus cosechas partidistas. ¡No
necesitamos políticos así! Mejor dicho, no necesitamos políticos. Necesitamos
gestores que trabajen sin descanso en beneficio de los españoles, dejándose en
casa la insignia y las cadenas ideológicas que tanto les atan. ¿Es esto una
utopía? No. Sobran ejemplos en la historia reciente.
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