Unos acusan a otros de bailar la yenca y prometen realidades cuando solo tienen ficciones.
Terminó el
verano. El despertar de una siesta tan larga no nos ha producido ninguna
alegría. Estamos peor que el año pasado, y mira que estábamos mal. Pero como
callamos tanto, los politicastros creerán que nos han domesticado, o que nos
hemos acostumbrado a interpretar el mal como si fuese algo bueno. Eso no se
entiende, como tampoco se entiende que estemos tan mansos. Parece que no nos
importa la situación tan cruel e insoportable por la que pasamos. A pesar del
silencio, en los últimos años las denuncias de los contribuyentes contra los
poderes públicos han crecido un 36%. Es poco, pero suficiente para que los
gobernantes tomen nota del descontento creciente de sus administrados. Detalles
así surgen porque, aunque ha llovido mucha política en los últimos meses, nadie
ve los anunciados frutos de esa economía que sigue en recesión, aunque el
Gobierno diga lo contrario. Cada uno percibe las cosas como las sufre, y los
sufrimientos no permiten atisbar otra cosa mejor, por más que la oposición
acuse a los independentistas de bailar la yenka, mientras músicos y danzantes
prometen realidades cuando solo tienen ficciones. Sobran indicadores: el PIB ha
bajado casi el triple de lo previsto, el déficit español es el más alto de la UE,
la deuda pública crece en España más rápido que en el resto de Europa y la
población del país ha perdido en el
último año más de doscientos mil habitantes. Eso según las estadísticas
soberanas, de las que tampoco hay que fiarse. ¿Todo esto por qué? Cada cual
tendrá su teoría. Lo inmediato es culpar de todo a la crisis, a la corrupción,
a Rajoy, a Rubalcaba o a la taquillera del metro. Todo es un problema de saber,
de educación. Por eso la culpa es del Ministerio de Cultura, que no hace nada
para enseñarnos a quién debemos elegir y
hasta cuándo hay que callar.
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